lunes, 16 de octubre de 2017

Ramas Caídas

El ciprés entonaba dulces canciones de cuna que mecían con ternura las hojas caídas; el árbol de goma amamantaba con su resina las bocas sedientas de llanto; las palmeras retenían el agua con ahínco, como quien se aferra a una esperanza, y luego lo derramaban con alegría al paso de las dos pequeñas para limpiar la tristeza de sus mejillas. Las niñas, renovadas a través del tacto del agua, sonreían a los sauces y correteaban juguetonas entre las encinas, arrojándose pequeñas bellotas que flotaban en el aire como si la atmósfera fuera una suerte de espuma ligera, un algodón invisible; hasta que la realidad entraba por la puerta, y las bellotas caían como el plomo de una bala de cañón, como cae la inocencia en medio de una guerra, como el misil que años atrás invadió su casa.


Ella se tomaba la pastilla que le dejaban junto a la cama, y con los ojos vacíos e inertes, observaba el techo blanco con indiferencia hasta volver al bosque de los sueños, en donde sus hijas seguían vivas.