Un sueño
He visto formas imposibles, bloques sin vértices ni sentido,
hombres con cuello, rostros que cambian, bestias de nuevos colores y noches que
no acaban al dormir. He sentido hilos incomprensibles que desde el cielo atan
mi alma, y manos de cinco dedos que, sin apenas conocerme, deciden por mí. He
escuchado voces susurrando que solo existo cuando miran, que solo siento si lo
desean, que mis metas son sus caprichos y mi esfuerzo su diversión; que el filo
de mi espada solo corta sus horas de aburrimiento, y el sudor de mi frente se
desvanece entre carcajadas. He mirado a los ojos de esos seres prepotentes, y
no puedo por más que compadecerlos, pues creen estar llenos de vida, pero he
adivinado en su mirada que habitan un mundo patético, en donde el amor no se
ve, y solo se muere una vez.
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El único templo
La ciudad comenzó siendo un descampado, una superficie
artificial que rasgaba el tejido de la naturaleza, una herida abierta en la
tierra. Pronto empezaron a aparecer algunos cubos de madera o piedra, como
cajones de personas, que albergaban más ilusión que materiales y prometían un
nuevo despertar en la zona; no obstante, muchos desistieron, claudicaron ante
la fiereza de la mina y abandonaron el sueño, dejando entre nuestras calles
esos cubos solitarios, testigos de su fracaso, guardianes de una cama fría y un
cofre vacío.
Pero otros… otros se alzaron, encontraron el color, la
forma, la textura… y dotaron de vida aquellas calles baldías y lúgubres,
abrazando el mundo que crecía bajo sus pies. Así nació una comunidad, y de ella
surgieron necesidades que se fueron solventando con eficiencia, hasta que quedó
incluso espacio para el ocio. Fue entonces cuando se construyó el lugar que da
sentido a toda convivencia, el templo del obrero, el ayuntamiento del
desamparado, la biblioteca del iletrado… el bar. El Bathmann Hollweg.
Allí, cada día se cuentan historias del Sátiro, que
embriagado por el perfume tinto de las ninfas, cabalga amaneceres con la
suavidad de los dioses antiguos. No son menos las que se refieren al tal Baco,
fumador empedernido, que entre trago y trago sale siempre a las puertas del
templo a conjurar su niebla adormecedora, envidia de Artemisa en cuanto a
aromas, y alegría de los duendes que se reúnen alrededor para compartir su
dicha. Cómo obviar aquellas referentes a Lot, no tan salado como su mujer, pero
lleno de rabia y energía, el vaso en una mano y la espada en la otra, siempre
retador. Y no menos comentadas son las audacias de nuestra camarera favorita,
Pandora, encanto inigualable, cuya belleza legendaria compensa con creces el detalle,
la nimiedad, de que cada vez que abre la caja, faltan diamantes.
Vivo en una ciudad de dioses muy cercanos. Una ciudad de
gente luchadora, de bares, de alternar con los amigos y contar anécdotas con el
vino en los labios y el pico a la espalda; la historia no se acuerda de
nosotros, nuestros nombres no colman la literatura… pero somos la ostia
poniendo apodos.
Desde tiempos inmemoriales nuestros filósofos han intentado
responder a la pregunta que, sin explicación aparente, rige nuestras vidas en
el día a día más mundano. Por algún motivo, la naturaleza está dispuesta de tal
forma que, casi todos nuestros materiales, se apilan de 64 en 64. No importa lo
grandes que sean tus almacenes, si intentas juntar 65, uno de ellos saltará
como repelido por una fuerza invisible.
Se ha intentado explicar a través de cientos de conceptos
enrevesados, desde la esencia misma de la materia, hasta esas dimensiones
desconocidas de las que proceden prodigios como el agua infinita, pero lo
cierto es que nadie sabía la respuesta. Hasta ahora.
Los números cuentan una historia, y el 64 nos cuenta la
mayor de todas, aquella que te impedirá permanecer sentado (literalmente), y es
que la relación es realmente sencilla de comprender: Si sumamos 6 más 4,
obtenemos 10, y si restamos 6 menos 4, el resultado es 2. 10 menos 2 son 8, y
10 más 2 son 12; finalmente restamos 8 de 12 y nos da 4. A esos 4 le añadimos
un imbécil intentando desentrañar misterios incomprensibles y nos damos de
frente con la increíble solución: 4 más 1 igual a 5, por el culo te la hinco.
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Vientos de la memoria
Cuenta la leyenda que hace más de mil años un poderoso
dragón aterrorizaba a los habitantes de nuestro mundo, y en una de sus
incursiones en busca de alimento asoló un poderoso imperio que decidió vengarse
del monstruo. Contaban con una fuerza de élite, conocidos como Ninjas,
entrenados en las cualidades del perfecto depredador: sigilo y letalidad. Miles
de estos ninjas emprendieron la caza del dragón, persiguiéndolo hasta una cueva
en las entrañas de la tierra, en donde consiguieron apresarlo. Mas el dragón
era terriblemente poderoso, y tuvieron que conformarse con encerrarlo, ya que
no encontraron la forma de pelear contra él; no obstante, el dragón no había
dicho su última palabra, y enfurecido por la trampa en la que se veía, canalizó
toda su energía para desatar una maldición que perdura en nuestros días.
Los convirtió a todos en Creepers, esos malditos Creepers
Ninja que aparecen cuando menos te lo esperas y te explotan en la cara,
haciendo volar por los aires todas tus horas de esfuerzo. Maldito sea el
imperio que forjó a esos luchadores, bien destruido está, borrado de la
memoria, pues si ellos capturaron al dragón entre rocas, el dragón los encerró
a todos ellos en la cárcel del olvido. Y si rescato sus cenizas en esta
historia, es solo por el placer de escupir en ellas, mientras vuelvo a la mina
a picar otras dos horas. Poco les hizo.
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