La luz tenue del
anochecer iluminaba de manera insuficiente una triste habitación de hospital.
En ella, el médico de guardia hojeaba un historial sin prestar demasiada
atención cuando, inesperadamente, el paciente abrió los ojos.
El convaleciente
mostró primero una gran curiosidad, mirando a todas partes sin pestañear. A los
pocos segundos, la curiosidad se transformó en confusión; e inmediatamente
después, su rostro dejaba ver una absoluta resignación, la de aquel que acaba
de comprender lo penoso de su situación. Al instante de reconocer el lugar
donde se encontraba, notó también un fuerte dolor en el brazo izquierdo y la
completa insensibilidad de sus dos piernas, como si no estuvieran allí, aunque
no se molestó en comprobar con su otro brazo si aún las tenía.
- Disculpe, ¿Sabe usted quién soy?- dijo, causando un gran
sobresalto al médico, ya que debido a la escasa luz no había reparado en que el
hombre de la camilla estaba ahora despierto.
- ¡Vaya, que pronto se ha recuperado
usted! Menudo susto me ha dado- El doctor se dirigió a dar la luz de la
habitación para ver mejor al enfermo, y entonces cayó en la cuenta de lo
ridículo que resultaba leyendo el historial a ciegas, aunque tampoco pareció
importarle demasiado.- ¿Así que no sabe
quién es? Parece que el golpe en la cabeza le ha provocado una pequeña amnesia;
pero no se preocupe, está usted en las mejores manos. Se llama usted… Toril,
Alfredo Toril. ¿Le dice algo el nombre?- Por un segundo, esperó una respuesta
que no existía.- Bueno, no pasa nada, voy a encargarle unas pruebas para
mañana. Ahora mismo les digo a sus familiares que entren, a ver si eso le ayuda
a recordar algo.
Alfredo escuchó
con absoluta indiferencia, como si en ningún momento hubiera tenido la
intención de obtener una respuesta. Cuando el médico salió de la sala, Alfredo
se quedó acostado sobre la almohada con la mirada perdida en el techo hasta
que, un par de minutos después, una mujer y un niño entraron por la puerta de
la habitación.
- ¡Alfredo, mi vida, estás despierto! ¿Me reconoces? ¿Sabes
quiénes somos? ¡Qué mal rato nos has hecho pasar!- La mujer hizo una pausa
dramática, esperando la reacción de unos ojos vacíos, reacción que nunca
llegó.- ¿Cómo pudiste caerte del andamio? Tantos años de experiencia y mira…
Soy Ángela, tu esposa; y éste es Miguel, tu hijo. ¿Por qué nos miras así? ¿Es
que aún no nos reconoces? Tranquilo, el médico nos ha dicho que esto es
transitorio y que mañana…
- Ángela - Interrumpió Alfredo-,
claro que te reconozco. Y a Miguelito también. Sois mi esposa y mi hijo… os
quiero, creo, pero no es suficiente. También sé que me llamo Alfredo Toril y
que trabajo para una constructora. Recuerdo mi infancia, mi adolescencia,
nuestro noviazgo, nuestra boda, el nacimiento de nuestro hijo, cuando
alquilamos la casa, cuando compramos el coche, lo que cené ayer… o la última
noche que cené. Lo recuerdo todo, nunca lo he olvidado. Y por supuesto, también
recuerdo que no me caí de ningún andamio. Salté. Y lo hice porque hay una
pregunta que me atormenta y a la que no consigo responder: ¿Quién demonios soy?
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