Raúl regresaba a
casa cabizbajo al finalizar otra jornada de tarde en la fábrica, en la cual
llevaba trabajando veintitrés años. El movimiento mecánico en la línea de
producción mantenía ocupadas sus manos; pero no su mente, que pasaba de un
sueño a otro como si se tratase de un antiguo proyector abandonado en algún
rincón sombrío, encendido, pero desprovisto de cualquier defensa ante el ataque
de los roedores con traje, y el traicionero paso del tiempo. Al salir de su
puesto, el proyector continuaba funcionando durante el camino al hogar,
ambientado por la escasa luz de las farolas, que pretendían sustituir a las
estrellas, siempre y cuando no estuvieran rotas o fundidas.
Ante los ojos de
Raúl, una de aquellas farolas sonreía cansada, devolvía una mirada triste, con
gesto de complicidad, y continuaba con su trabajo de alumbrar la acera. Antes
de darse cuenta, llegó al portal y sacó la llave tal y como hacía cada día a
esa hora; pero esta vez había algo diferente. Un cartel de color rojo intenso,
pegado en el lado derecho de la puerta, llamo poderosamente su atención. Sin
saber muy bien por qué, se puso frente a él para ver con claridad de qué se
trataba, y leyó lo siguiente:
“Realeza,
políticos, banqueros, ricos herederos, empresarios, alta jerarquía del clero,
artistas del mercadeo, famosos de mentira, y, en definitiva, todos aquellos que
destruís al hombre día a día… escuchad, tenemos algo que deciros:
¡ESTAMOS HARTOS DE QUE VIVÁIS NUESTROS SUEÑOS Y CONVIRTÁIS EN
PESADILLAS NUESTRAS VIDAS!”
“No creo que ninguno
de esos lea este cartel” Pensó Raúl, mientras de nuevo se encaraba hacia el
portal para abrir. Una vez dentro, un autómata que se hacía pasar por el hombre
que iba a ser Raúl encendió la luz y se
giró hacía la derecha para abrir el buzón en el que no esperaba encontrar nada,
puesto que ya había recogido el correo por la mañana; no obstante, en el
interior del buzón había un sobre, sin remitente ni destinatario, lo cual
despertó al hombre dentro de la máquina, que ni siquiera esperó a estar en casa
para leerlo, y lo abrió mientras subía las escaleras de su viejo edificio sin
ascensor. Dentro del sobre encontró lo que parecía ser la fotocopia de una
carta manuscrita, en la que se podía leer lo siguiente:
“Empleados,
pobres, marginados, vagabundos, y todos aquellos que vivís entre la incomprensión
y la desesperación… escuchad, también a vosotros tengo algo que deciros:
¡NI UN DÍA MÁS!
Ya está bien de
regalar nuestras vidas, basta ya de sufrir para que disfruten aquellos que nos
hacen sufrir. A lo largo de los siglos, siempre ha habido unos pocos que vivían
como parásitos del resto. Todos eran conscientes de ello, y lo aceptaban, porque
no conocían nada mejor. Pero lo que ocurre en la actualidad es la mayor ruindad
que ha conocido el hombre en sus siete mil años de historia como ser
civilizado. Ahora somos conscientes de que puede haber una vida mejor… ¡Y nos
limitamos a soñar con ella!
Constantemente nos dicen: “Mira, así podría ser tu vida, ¿Qué buena vida
eh?” Y nos quedamos como idiotas viendo lo que nos enseñan y soñando con
alcanzarlo algún día, o con dar a nuestros hijos la oportunidad de alcanzarlo,
mientras con nuestro trabajo contribuimos a perpetuar nuestro estado y la
imposibilidad de obtener una verdadera vida. ¡Somos la base de un sistema que
nos oprime! ¡El pilar fundamental de un mundo que se ríe de nosotros! En el
siglo XX y lo que llevamos del XXI se ha perfeccionado la esclavitud de tal
modo, que no sólo se ha logrado que los esclavos no sepan que lo son, ¡Si no
que se ha conseguido también que sean sus propios opresores y verdugos!
Por todo esto,
ha llegado el momento de dejar de formar parte de su sistema, que no es el
nuestro. Así, os propongo lo siguiente: Id al banco y sacad todo vuestro
dinero. Después, comprad una tienda de campaña lo más amplia que podáis
permitiros, instrumentos de labranza y provisiones no perecederas para
aproximadamente un par de meses; y guardad el resto del dinero en algún lugar
seguro, cerca de vosotros, pero no en el banco. A continuación salid al campo,
a un lugar que os guste, escoged un pedazo de tierra, que nadie os puede negar,
porque la tierra no es de nadie. Instalad ahí vuestra tienda y empezad a
trabajar la tierra. No volváis a vuestro trabajo, y ni siquiera aviséis de que
os vais. Comeremos de lo que la tierra nos de, y no necesitaremos más, porque
no estaremos expuestos a sus trampas, sus engaños y su permanente idiotización.
Si todos hacemos esto, habremos ganado; ellos son muy pocos, y aquellos que
deben proteger su sistema pertenecen a nuestro bando, y se darán cuenta por sí
mismos de que no deben usar la violencia contra nosotros en favor de sus
opresores, si no unirse a nosotros y compartir nuestras tiendas y nuestra
tierra. Su sistema no puede funcionar sin nuestro sometimiento “voluntario”. Y
si quieren que volvamos a la “sociedad del progreso y el desarrollo” tendrán
que cambiar muchas cosas. Seremos nosotros quienes dictemos las normas.
¡Una revolución
sin una sola gota de sangre! Este es mi sueño y os necesito para convertirlo en
realidad.
Nos vemos en un
mundo mejor, firmado por vuestro igual.”
Raúl quedó
pensativo tras leer la carta. Cenó y se marchó a dormir, como cada día, pero
hoy algo distinto le rondaba la cabeza. Normalmente, el hipnotizante zumbido
del televisor le acompañaba durante la cena y hasta la hora de dormir,
regalándole una agradable tranquilidad que se traducía en una completa
inocuidad mental y un rápido sueño profundo; pero hoy, ni siquiera se había
acordado de encender la tele al llegar a casa, y en su cabeza resonaba
incesantemente una pregunta: “¿Y por qué no?”. Le costó mucho conciliar el
sueño, pero cuando lo hizo, ya estaba resuelto a levantarse pronto al día
siguiente para ir al banco y comenzar una nueva vida.
Sonó el
despertador, y Raúl se levantó con una sensación extraña, que al principio no
fue capaz de reconocer, pero que tras unos minutos identificó como aquello que
sintió alguna vez, hace muchos años, cuando era el dueño de su vida. Se vistió,
desayunó y salió hacia el banco.
Una pequeña
sonrisa adornaba las arrugas de su rostro, que hoy parecía menos cansado,
cuando estando ya cerca del banco, al doblar una esquina, se encontró con un
compañero de trabajo.
-¿Te has enterado de lo del loco ese? -dijo su compañero, después
de saludarle con un gesto de la cabeza.
-¿Quién? -respondió Raúl.
-El tipo que se dedicó a repartir cartas
por el barrio llamando a la revolución, parece que ya le han detenido. Por lo
visto se había escapado de un psiquiátrico o algo así. Al menos eso es lo que
me acaban de contar.
- Ahm… ya veo. ¿Entonces no se hará
nada de eso? -Contestó Raúl, que de nuevo parecía tan cansado como siempre.
-¿Pero como va a hacerse? ¡Es una
locura! ¿No habrías pensado en hacer caso? -Y a las palabras del compañero se
unió una extraña mirada, entre suplicante y escéptica, como la de un condenado
a muerte que echa un último vistazo alrededor esperando encontrar un sitio por
el que escapar, pero sin confiar realmente en encontrarlo.
-¿Yo? No, claro que no. -Susurró Raúl casi sin palabras, y bajando
la mirada al suelo.
-Nos vemos en el curro.
-Claro, hasta luego.
La forma en la que aceptamos el contenernos ante los inquisidores ojos del qué dirán...sólo muestra cuán libres aspiramos a ser.
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