El fuego negro
de la desesperanza consume mis sueños sin piedad, arrojando sobre mi pecho las
ardientes cenizas, en cuyo crepitar casi puedo distinguir una cruel carcajada.
La razón huye de mi entendimiento, tristemente derrotada, dejándome compuesto
únicamente por instintos que detesto, además de la tenue locura que siempre me
ha acompañado, y que uso como faro ante la ausencia de otras luces que den
brillo y calor a mi alma. No quedan motivos para vivir, pero sí mucha vida que
llenar, y sólo dolor para llenarla. Ante mí se abren dos caminos: Vida vacía, o
vida llena de dolor. La decisión es fácil, apuesto todo al sufrimiento; siempre
lo he hecho, es mi única carta en esta maldita baraja marcada. Prefiero pensar
que he nacido para sufrir, a creer en el absurdo que supondría tanto dolor sin
motivo. Puedo vivir creyendo en un destino cruel, pero tendría que morir ahora
mismo si pensara que todo lo que siento es sólo química y azar.
Principio espectacular. Cuánta intensidad...
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