Dentro de cinco
minutos estaré muerto. Condenado al olvido. Qué frase tan gratuitamente
repetida. Pero nada de esto es culpa mía; ni tampoco suya, querido lector.
Bueno, la verdad es que sí lo es, es a causa de ambos. Durante unos segundos he
tenido la tentación de echarle la culpa a un montón de altísimos y nobilísimos
conceptos de difícil comprensión, pero de sobradas medias explicaciones, acerca
de los cuales sería incapaz de escribir nada nuevo; aunque seguramente usted me
leería con mucha mayor atención, ante la posibilidad de memorizar algunas
frases y luego repetirlas en su círculo de inmejorables amistades, dejándolos
maravillados con su excepcional comprensión y profundidad.
Pero he decidido
hacer un ejercicio de realismo. Seamos sinceros: Aunque parezca una
contradicción, la escritura sufre un grave problema de comunicación. Aquí
estaba mi autor, frente a un folio casi en blanco, con un cerebro lleno de
ideas a las que su alma intenta dar forma, pero sin conseguir nada que pueda
llamarse literatura. Aquí está ahora usted, contemplando el “producto
terminado”, preguntándose qué demonios está leyendo. ¿Y qué es lo que está
leyendo? Mi autor aun no lo sabe, acaba de empezar a escribirlo; y puede terminar
siendo cualquier cosa, tal y como ha empezado. Pero usted se empieza a
impacientar “¿Qué es esta estupidez?” se preguntará, “Aquí no hay una bonita
historia de amor, no hay una trama de intriga que me invite a leer más, ¡Por Dios,
si ni siquiera hay una mísera descripción!” Mi autor sonríe al escribir esta
última frase, “si quieren bonitas descripciones, que lean a Hesse, ¿para qué
voy a describir yo un paisaje, si ni en mis mejores sueños puedo imaginar
compararme a él?” piensa, mientras dedica unos segundos a decidir si lo escribe
o no. Al final lo escribió, como usted ya sabe. ¿Y para qué lo escribe? Que más
da. Él está prácticamente convencido de que nadie lo leerá nunca, y usted a
duras penas ha llegado a leer hasta aquí. Pero entonces… ¿Cuál es mi función?
Mi autor me está escribiendo para dar rienda suelta a su frustración, y usted
me esta leyendo porque ha tenido la mala suerte de que he ido a parar a sus
manos. Si es que sigue leyendo, claro. ¿Acaso puede ser ese mi único cometido? ¿Es
posible que sean ustedes tan despiadados como para limitar mi existencia a la
casualidad o el aburrimiento? ¡He de tener un propósito, maldita sea! Nací
creyendo que contendría algunas ideas interesantes. He visto a mis hermanos, y
aunque nuestro autor aun no llega ni siquiera a la categoría de “escritor
mediocre”, algunos de ellos al menos están orgullosos de su contenido. Puede
que de forma inmerecida, pero quien soy yo para juzgarlos.
Y sin embargo,
aquí estoy, llegando a la madurez de mi vida, y sin saber todavía qué soy. Pero
hay algo que sí puedo hacer, algo que sólo le es negado a quienes atraviesan
las puertas que conducen a los reinos de la eterna pena, en el inmortal poema
de Dante. Recurriré a la esperanza. ¿Me permitirá soñar? Sería de una crueldad
indescriptible negarme incluso eso.
Tomaré su
silencio como un sí. ¿Con qué puede soñar un pequeño escrito como yo? Con lo
que sueña todo el mundo, con ser más de lo que nunca seré. Sueño con contener
la maestría que en unas pocas líneas se manifiesta en “Un artista del trapecio”
¿Lo ha leído? Si no lo ha hecho, hágalo, y así le habrá servido de utilidad
leerme a mí, al menos habrá llegado hasta algo que realmente merezca la pena. ¿Y
Qué se sentirá al ser uno de esos textos imperecederos? Algo así como “Las
noches blancas”, formando parte de las vidas de tanta gente; todos tan
distintos, únicos, pero compartiendo la fascinación por unas líneas que, por sí
solas, justifican la existencia de su autor. O tal vez, con llegar a ser parte
de una gran novela, ¡Quién iba a decirle a “El curioso impertinente”, que
terminaría por pasar a la historia de la mano de “El Quijote”! Debe de ser
maravilloso.
Pero bueno, qué
le vamos a hacer. Además, tampoco estoy tan mal. Podría ser mucho peor, podría
no haber existido. O aun peor, podría ser una composición de mentiras, de
sentimientos que mi autor nunca ha sentido, de estupideces disfrazadas de
grandes ideas por rebuscadas combinaciones gramaticales destinadas a engañar,
en la mayoría de los casos, incluso al propio escritor. Pero soy lo que soy, un
relato más entre miles de relatos, escritos por miles de personas, que
comparten la ilusión de ser leídos algún día.
Las palabras
acuden a mí de forma cada vez más certera, pero escasa, intuyo mi final. Siento
haberle hecho perder el tiempo, quería decirle muchas más cosas, grandes ideas
que le hicieran pararse a reflexionar al menos unos minutos, para ocupar una
pequeña parte de su gran y única vida, y dar así sentido a la mía. Pero no
estoy seguro de haber conseguido absolutamente nada de eso. No obstante, confió
en que al menos no se haya enfadado, después de todo, sólo han sido cinco
minutos.
Nunca "oí" a un relato dudar tanto... Nunca lo visualicé como narrador aunque me contase...Nunca pensé que pudiese titubear, dando palos de ciego, sobre qué pasa por "mí" cabeza...hay tantos y tan diversos "mí". En una palabra, SORPRESA.
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