En mi casa siempre hemos sido muy
de refranes; recuerdo con nostalgia aquellos primeros años de vida, cuando mi
abuelo, un tipo robusto y de buen carácter, llegaba a casa después de trabajar
las tierras, y mi abuelilla, menuda y picarona, se insinuaba y le agarraba de
la mano en dirección al dormitorio. Él siempre decía que era un poco tarde para
esas cosas, y ella respondía con voz melosa “nunca es tarde si la picha es
buena”, y sonriendo entraban al cuarto a leer el refranero.
Siendo ya un poco más mayor, en
plena crisis de la maldita posguerra, la única oración que bendecía nuestra
mesa era aquella de “a buen tenedor, pocas patatas bastan”, y esas patatas las
acompañábamos de otras verduras y hortalizas, pues ya se sabe que “en el país
de los labriegos, el huerto es el rey”. Pero nunca perdimos el humor a pesar de
las desgracias, y seguimos usando los refranes, hasta el punto que gracias a
ellos, conquisté a mi mujer. Veréis, aunque tenía la absurda idea de que yo
confundía las palabras, y apenas me dejaba hablar porque le parecía bastante
tonto…. una noche del 53 me dio la oportunidad de probar sus sábanas, y ya
sabéis… “con el goce, nace el cariño”. Aún sigue a mi lado, meneando la cabeza
mientras lee lo que escribo. Después llegaron los hijos, los nuevos tiempos,
los nietos… y yo solo pido que recuerden una cosa de mí: ¡Qué hablen! ¡Qué
hablen aunque se equivoquen! ¡Aunque hablen mal! ¡Qué hablen por favor! Porque
como dice mi querido refranero, hablando se enciende la mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario