martes, 16 de junio de 2020

Ingenio y finura hasta la sepultura






En mi casa siempre hemos sido muy de refranes; recuerdo con nostalgia aquellos primeros años de vida, cuando mi abuelo, un tipo robusto y de buen carácter, llegaba a casa después de trabajar las tierras, y mi abuelilla, menuda y picarona, se insinuaba y le agarraba de la mano en dirección al dormitorio. Él siempre decía que era un poco tarde para esas cosas, y ella respondía con voz melosa “nunca es tarde si la picha es buena”, y sonriendo entraban al cuarto a leer el refranero.

Siendo ya un poco más mayor, en plena crisis de la maldita posguerra, la única oración que bendecía nuestra mesa era aquella de “a buen tenedor, pocas patatas bastan”, y esas patatas las acompañábamos de otras verduras y hortalizas, pues ya se sabe que “en el país de los labriegos, el huerto es el rey”. Pero nunca perdimos el humor a pesar de las desgracias, y seguimos usando los refranes, hasta el punto que gracias a ellos, conquisté a mi mujer. Veréis, aunque tenía la absurda idea de que yo confundía las palabras, y apenas me dejaba hablar porque le parecía bastante tonto…. una noche del 53 me dio la oportunidad de probar sus sábanas, y ya sabéis… “con el goce, nace el cariño”. Aún sigue a mi lado, meneando la cabeza mientras lee lo que escribo. Después llegaron los hijos, los nuevos tiempos, los nietos… y yo solo pido que recuerden una cosa de mí: ¡Qué hablen! ¡Qué hablen aunque se equivoquen! ¡Aunque hablen mal! ¡Qué hablen por favor! Porque como dice mi querido refranero, hablando se enciende la mente.

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