Llevo
dos semanas seguidas jugando al gato en
vuelo. Me despierto en un colchón, rodeado de mis hermanos, y paso de cama
en cama hasta la puerta; luego me apoyo en la cómoda, y de un salto caigo en el
comedor, justo sobre la silla que dejan en la entrada para mí. Si hay suerte,
desayuno, y si no… pues vuelta a las piruetas que me llevan al lavabo. Cuando
estoy en el retrete parezco una ranita. Después, agarrándome aquí y allá, bajo
a la calle y juego con el resto de los niños. Me gusta jugar a casi todo, pero
odio el escondite porque como tengo que estar en posiciones elevadas siempre me
pillan. Así paso el día, más o menos, hasta que llega la hora de volver a
dormir.
La
verdad es que empiezo a cansarme un poco. Al principio era divertido, pero ya
no me apetece jugar. Me he dado varios golpes, los brazos me duelen mucho, y
noto las piernas un poco raras… aun así, no tengo más remedio que continuar. Me
han dicho que esta no es mi tierra, así que mejor no pisarla, no vaya a ser que
se rompa.
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