lunes, 22 de junio de 2020

Más que un juego






Llevo dos semanas seguidas jugando al gato en vuelo. Me despierto en un colchón, rodeado de mis hermanos, y paso de cama en cama hasta la puerta; luego me apoyo en la cómoda, y de un salto caigo en el comedor, justo sobre la silla que dejan en la entrada para mí. Si hay suerte, desayuno, y si no… pues vuelta a las piruetas que me llevan al lavabo. Cuando estoy en el retrete parezco una ranita. Después, agarrándome aquí y allá, bajo a la calle y juego con el resto de los niños. Me gusta jugar a casi todo, pero odio el escondite porque como tengo que estar en posiciones elevadas siempre me pillan. Así paso el día, más o menos, hasta que llega la hora de volver a dormir.

La verdad es que empiezo a cansarme un poco. Al principio era divertido, pero ya no me apetece jugar. Me he dado varios golpes, los brazos me duelen mucho, y noto las piernas un poco raras… aun así, no tengo más remedio que continuar. Me han dicho que esta no es mi tierra, así que mejor no pisarla, no vaya a ser que se rompa.

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